domingo, 29 de abril de 2012

Pollo con puré

Debían ser las once de una noche que aún clareaba en el horizonte sobre el mar, así era el mes de agosto en Cádiz. Y ahí estaba yo (se acabó la poesía), tenedor y cuchillo en ristre, dispuesto a dar buena cuenta del cuarto de pollo sobrante del mediodía acompañado por una montaña de puré de patatas y una buena cerveza para contrarrestar los goterones de sudor..., cuando sonó el teléfono (léase como un diálogo):
¿Alberto? Sí, soy yo. Hola, soy Florencio Aguilera... ¿Qué haces mañana? Pues estudiar, que tengo el concierto en tu Festival la semana que viene (en Ayamonte). Verás, es que ha surgido un problema... ¿Suspendes el concierto...? No, qué va... Quiero que des otro (yo sufría por el pollo, que se estaba enfriando). Venga, dispara. Resulta que me ha fallado una pianista y nadie quiere sustituirla... ¿Para cuándo? Para...¡MAÑANA! (empecé a despedirme del banquete). Y, entonces, ¿mañana toco el programa? No, ese concierto no se mueve de su sitio. Mañana es otro..., con orquesta. (Ni pollo, ni puré, ni cerveza. En mi estómago no entraba ni la sangre). ¿Estás loco, con orquesta, mañana? Anda, que tú puedes, que es fácil. Pero, ¿qué concierto? El Fa menor de Bach. Sí, lo he estudiado, pero ya ni me acuerdo. Y, por cierto, con qué orquesta. Con la de cámara de Friburgo (el estómago empezó a temblar y los goterones de sudor no tenían explicación pues estaba helado). Me sacarías de un buen apuro, inténtalo. Bueno, dame media hora, que voy a pasarlo a ver qué tal.
Sobre la mesa quedó mi homenaje gastronómico. Abrí la partitura y empecé a tocar. Sí, me acuerdo, no está mal..., pero este concierto es muy corto, me gusta más el Re menor, más potente, más completo (opinión personal) y ¡sólo hace ocho años que no lo toco! Cambié la partitura y lo pasé completo. Esto era otra cosa. Además, tenía la mañana para estudiar, tres horitas de carretera (nada de autopistas entonces), un ensayo y a tocar. Volví a llamar a Florencio, que consultó al director si era posible el cambio, y quedamos para el día siguiente, o sea, en unas horas. A estudiar, aunque, como ya no era hora de molestar a los vecinos, lo hice sobre la partitura (pobre pollo, ya nadie se acuerda de él). La noche la pasé tocando en sueños, como es lógico. Al día siguiente todo fue bien, el estudio, el viaje, el ensayo... y la prueba de televisión. El muy..., no me avisó de que iban a grabarlo (ésa debe ser la sensación antes de saltar al mar desde el tablón de un barco pirata).
Ésta es la historia resumida. Hay ocasiones en las que el miedo no te paraliza, en las que la decisión de seguir adelante te gusta más que la de quedarte quieto, en las que la adrenalina te empuja, en las que la cabeza, no se sabe cómo, es capaz de realizar un acto de máxima concentración y resultado óptimo en un tiempo mínimo. Muchas veces he recordado las circunstancias de este concierto. Y otras tantas me he visto en situaciones similares (lo de llamar de un día para otro es más frecuente de lo que pensáis). Si estamos preparados, en dedos, con un programa rodado y en activo, no es tan complicado. El reto viene con el más difícil todavía y sin red, cuando te piden algo distinto a lo que tienes en ese momento. La juventud, la energía y las ganas lo pueden todo. Hemos estudiado para tocar y sólo puse en práctica algo para lo que me llevaba preparando toda la vida..., tampoco estaban llamando a un fontanero.

Y otras muchas veces he recordado la pinta que tenía el plato con la salsita sobre el puré... ¡Qué pena de cena!

miércoles, 25 de abril de 2012

La excusa

Últimamente, cada vez que hablo con alguien relacionado con la música a nivel docente, sale a relucir el espinoso tema del estudio. Y ocurre que, increíblemente, ni ellos mismos recuerdan concretamente cuándo dejaron el hábito ni por qué. Bueno, miento, el porqué no es uno solo, hay cientos.
Cuando empecé a compatibilizar estudio con trabajo, había días en los que dedicaba la mañana y la tarde al conservatorio (por aquel entonces las horas lectivas eran veinticuatro) e incluso podía añadir alguna clase particular. No sé qué mecanismo regía mi cabeza pero para mí eran días en los que, al no haber estudiado, eran días perdidos, no aprovechados. Y estaba trabajando sin parar. Eso me llevaba a buscar huecos a primera hora de la mañana, entre clases si algún alumno se retrasaba, comer como las boas para aprovechar el supuesto parón de mediodía y así hasta la noche. No eran todos los días, obviamente, pero necesitaba estudiar. Sólo hay una cosa peor que querer estudiar y no tener tiempo: tenerlo de sobra y no usarlo.
Y me ha llamado más la atención, si cabe, que no es un problema de edad ni de cuántos años hace que terminamos la carrera. Se podría pensar que es una cuestión de cansancio, de saturación, pero no hay estadística posible ya que tanto dichas edades como los años pasados son indiferentes.
¿Por qué dejamos de estudiar? A ver, que no soy un descerebrado ni un repelente, y líbrenme los dioses de querer pontificar. Sólo pretendo recapacitar un poco. Como todos, he necesitado parar de vez en cuando y desconectar, pero eso sí era por exceso. Es obvio que durante los años en los que tenemos un examen por delante el ritmo de estudio lo adecuamos a las exigencias del profesor y a las ganas que tenemos de aprender. Por lo tanto, la carrera en sí parece estar libre de la falta de estudio (¿o no?). Estamos hablando de después. ¿Tiene que venir alguien de fuera para obligarnos? ¿Hay que seguir siempre con un guía? ¿O es mejor tomar nuestras riendas lo antes posible? Mis circunstancias personales me llevaron a esto último y de mi constancia y disciplina salió lo demás. Si quería tocar en público necesitaba pulir sin cesar las obras así como incorporar nuevo repertorio. Y me parece que no hay otro sistema que el que estamos comentando.
Pero voy a ir un poco más allá. Había temporadas en las que los programas que tocaba obedecían a encargos, a aniversarios de compositores y a la famosa 'bandeja de mariscos' que ya cité. O sea, que no estaba tocando lo que quería. No me quedaba otra opción que reservar parte del tiempo para mí, para esas obras que ni siquiera he tocado en público pero necesitaba disfrutarlas. No todo tiene que ser para rentabilizar. Hay una necesidad primera (primigenia igual es un poco de resabiados) que nos lleva a ser músicos y no suele coincidir con el hecho de ingresar en el conservatorio. Es algo que se descubre más adelante, con el transcurrir de los cursos (salvo excepciones un poco repelentes). Si un día quisimos tocar el piano fue porque un impulso invisible nos empujaba. ¿Cuántas horas hemos pasado sentados ante el teclado, solos, aislados, pero felices? Y no estábamos solos, nos hacían compañía los mejores compositores de la historia. ¿Cuántas veces nos hemos levantado exhaustos contemplando admirados unas manos que por fin obedecían nuestros pensamientos? ¿No os sentíais poderosos? ¿No erais felices?  Entonces, ¿por qué lo dejamos? Me estoy refiriendo a una cuestión personal, privada. Se estudia y se toca para uno mismo, y después, si se puede, se comparte.
Pero no, siempre hallamos un motivo estupendo para no levantar la tapa. Si me pusiera a enumerarlos igual podría herir sensibilidades. No hace falta, no podemos engañarnos. Seguro que más de una noche hemos dado vueltas en la cama intranquilos.
Tenemos la solución al alcance, muy cerca. No lo dejemos para mañana, empecemos ahora mismo, y lo haremos por esa obra que durante tantos años hemos deseado tocar y nunca veíamos el momento. Y, muy importante, no nos vamos a rendir al primer inconveniente, ¿o creéis que los dedos no hay que engrasarlos? Recuperemos el placer de tocar por nosotros mismos, para nosotros mismos. No marquemos objetivos imposibles, también vale recoger ese repertorio que tantas alegrías nos dio igual no hace tanto y que..., ¡mira, las manos van a su sitio solas!

¡Venga, ánimo! Borremos la excusa eterna de nuestra cabeza y a tocar, que son dos días.

domingo, 22 de abril de 2012

A mi aire

En los años en los que me presenté a concursos aún circulaba la idea de que los representantes artísticos asistían a modo de cazatalentos. Nunca vi a ninguno. Así que tuve que ingeniármelas para contactar directamente con ellos. Es inútil intentar llamar su atención sin un mínimo bagaje, sin un hecho destacado. Obviamente, un primer premio, o varios, más un número apañado de conciertos y una lista exhaustiva del repertorio que tenemos preparado son recomendables. La primera que tuve surgió gracias a uno de esos premios tras la gira que me organizó. En este caso ella trabajaba para la organización, es decir, no para mí. Mi táctica fue pedir en cada uno de los sitios en que actué que hicieran un informe (elogioso, por supuesto) a dicha agente. Cuando volví a contactar me felicitó por los éxitos conseguidos y me ofrecí a participar en una segunda gira por donde ella quisiera. Y así fue, al año siguiente ya me tenía en su lista de artistas.
Más adelante me atreví con una agencia potente y no se me ocurrió nada mejor que presentarme directamente en la puerta, en Madrid. Toda la gente que es inaccesible por teléfono o por correo suele recibirte a la primera sin mayor problema. Es paradójico pero cierto. Tras la entrevista volví a casa sin saber qué ocurriría y a la semana recibí una llamada para que fuera a tocar a Galicia, a La Coruña concretamente. No podía creer lo que me estaba ocurriendo. Poco a poco y paso a paso iba metiendo cabeza. Pero claro, tan fácil no podía ser. Tras esa actuación empezó a pasar el tiempo y el teléfono no sonaba. Cuando no pude más les pregunté y me dijeron que la lista en la que yo estaba, la de los pianistas, era larguísima y que ellos no buscaban conciertos para nosotros sino que esperaban a que alguna entidad nos pidiera. Cuando vi los nombres de los que tenía por delante comprendí que de ahí iba a sacar poca cosa.
Afortunadamente la primera agente seguía funcionando. Mi querido amigo Pedro León también me recomendó que jamás firmase una exclusiva a no ser que estuviesen muy claras las condiciones y garantizados un número concreto de actuaciones, por lo que no eran incompatibles los agentes entre sí.
En otra agencia de las potentes me dijeron que primero me hiciera famoso y entonces me contratarían. Otro con el que me entrevisté me dijo que lo importante no era tocar el piano sino llamar la atención como fuera (como ejemplo gráfico sugirió salir desnudo al escenario). Éste es de los que sólo quería dinero, cuanto más mejor.
En fin, no quiero aburriros con mis andanzas a la busca de un representante que funcionara en condiciones. La realidad es muy fácil de resumir: trabajan por un porcentaje del caché y prefieren, evidentemente, vender una orquesta a un solista. En mis comienzos se dio en España el boom de orquestas extranjeras en gira por lo que todas las agencias se lanzaron a representarlas en detrimento de pianistas, violinistas, guitarristas y demás. Añadamos que soy español, andaluz para más señas, y siempre ha sido mejor tener apellidos impronunciables.
Como los pianistas sólo queremos estudiar y no tenernos que ocupar de la gestión, está bien que otra persona de confianza nos ayude. En mi caso fue más que una ayuda, lo fue todo. Beatriz no sólo consiguió que me dedicara a tocar, sino que dejara el conservatorio, ocupándose de las desesperantes mañanas de teléfono (y tardes y noches). Nos daban las tantas escribiendo cartas a máquina y rellenando los sobres con toda la información necesaria y las fotos. La ilusión lo podía todo y ella no dejó, aún hoy, que desfalleciera. Esto me permitió hacer una carrera a mi medida. Cada uno tiene su personalidad, su manera de ser y, como ella me conoce mejor que nadie, jamás consintió que tocara algo que no quisiera o donde no quisiera (eso a los agentes no les importa en absoluto; la caja registradora sí).
La ayuda externa es necesaria aunque conozco pianistas que llevan ellos mismos toda la gestión, pero son los menos. Si ya nos cuesta pensar en salir a un escenario, cómo no nos va a costar 'vendernos' a completos desconocidos. Pero, como dije en una de mis primeras entradas, se puede, sólo hay que ponerse a ello con todas las ganas. No tenemos nada mejor que hacer. Además, salimos ganando al rodearnos de música buena todo el día y apagando la tele o la radio, que sólo nos dan disgustos.

P.S.: Ayer viví un momento muy emocionante. Antes del concierto que iba a dar acompañando a unos cantantes, la Escolanía de los Palacios, dirigidos por Juan Manuel Busto, me dedicó esta maravilla de Amancio Prada con letra de San Juan de la Cruz. Otra vez a llorar.

miércoles, 18 de abril de 2012

La segunda puerta

Nos quedamos en el éxito de nuestro primer concierto profesional.  Elegí para esta primera actuación la propia ciudad, con asociación musical incluida, pues era obvio que tendríamos mayores posibilidades de conseguirlo. También nuestro círculo de amistades y la familia se encargarían de llenar la sala. Aunque no deja de ser un ejemplo genérico es el más cercano a la realidad.
Pero con uno sólo no basta. Éste tiene que ser el primero de un buen número de ellos en los que afianzaremos el primer peldaño de la larga escalera. Poco a poco iremos dándonos a conocer y otros hablarán de nosotros, nuestro nombre se irá publicando tanto en prensa como en páginas de internet variadas (incluida la del FBI) e iremos cogiendo rodaje y seguridad. Es el momento de probar el mayor número posible de obras y estilos para darnos cuenta de con qué nos sentimos más cómodos o más ilusionados y conocer la reacción del público que, aunque muchos lo nieguen, es importante pues para él tocamos.
Ahora que tenemos las facultades en su apogeo (insisto, no es necesario haber finalizado la carrera) y tenemos ese respaldo psicológico de nuestro profesor, que no ha hecho otra cosa que exprimirnos hasta conseguir lo mejor de nosotros mismos, es un buen momento para apuntarnos a un concurso. ¿A cualquiera? En principio no veo inconveniente, pero pienso que es mejor hacer una pequeña criba pues, en caso de que no nos vaya bien, puede crearnos cierta inseguridad. A la hora de la verdad, un concierto no tiene nada que ver con un concurso, los parámetros son muy diferentes y no hay que mezclar. En los nacionales podremos medir fuerzas con pianistas formados en similares condiciones y con un rango de edad bastante bien ajustado para evitar desequilibrios. No voy a citar ninguno en concreto pero os diré que, más que la cuantía económica, deberíamos fijarnos en la extensión de los premios, es decir, si llevan incluida una gira de conciertos o una beca de estudios. Una gira salida de uno de los que yo gané fue mi comienzo como concertista y pude tocar en ciudades en las que no hubiera sabido ni cómo contactar.
Si se nos da bien el asunto y vamos quedando en los primeros puestos (y si no, también), igual podemos atrevernos con un concurso internacional, bien en España o allende las fronteras. Para quitar hierro, diré que en esencia es lo mismo. La mayor diferencia radica en que los concursantes vienen de fuera y parte del jurado también. Ya comenté en otra entrada lo mucho que se aprende de esta circunstancia. Pero vamos, que Chopin se toca igual en todos lados, no hay que tener complejos. Aquí también conviene realizar esa criba pues existen certámenes (en mi época al menos) en los que ser español es sinónimo de 'eliminado en la fase de selección' o, como mucho, el premio es tocar sólo en la primera tanda, con la consabida palmadita en la espalda y la sonrisa con la carita torcida señalando la puerta de salida (qué me cuesta no dar nombres, al menos uno en concreto, el más sangrante). Si tenéis medios, no dudéis en salir, se toca más tranquilo, se es más uno mismo y no hay tanta presión (algunos concursos corren con los gastos si se pasa a la segunda prueba).
Poco a poco vamos forjando nuestra personalidad como músicos y vamos teniendo sensaciones que nos hacen desear seguir tocando o quizás entrar en una farmacia en busca del remedio a esa urticaria nerviosa que se extiende peligrosamente. Insisto, somos jóvenes, estamos empezando y nada es definitivo ni irremediable. Lo que sí es cierto, claro, bajo mi punto de vista, es que si vamos a renunciar a ser concertistas para dedicarnos a la docencia, debería ser después de un periodo no inferior a cinco años en los que nos hayamos dedicado en cuerpo y alma al estudio, a viajar, a montar repertorio nuevo, a tocar en público, a hacer música de cámara, a probar como solista con orquesta, todo ello en una época en la que la cuestión económica no va a ser determinante y nos va a permitir acceder a más escenarios de los que pensamos. Pero hay que hacerlo, activamente. Y, por supuesto, no van a venir a buscarnos a casa. Tenemos que hacer gestiones o que alguien las haga por nosotros, tener un agente, que previamente nos exigirá que hayamos rodado, ganado concursos, hecho cámara, actuado con orquesta... La pescadilla que se muerde la cola.
Así que, paso a paso, sin prisas pero sin pausas.

domingo, 15 de abril de 2012

La primera puerta

Ya hemos actuado en varias audiciones en el conservatorio, hemos aparecido en público acompañando a otro instrumentista, que nos persiguió e imploró, ofrecimos medio recital en el salón de actos del colegio en la fiesta de la patrona y nos seleccionaron para el concierto de clausura del curso de verano en la Cochinchina. ¿Y ahora qué? ¿Qué hago si quiero dar un concierto? Una consideración a tener en cuenta: no es imprescindible esperar a tener la carrera terminada, en absoluto. Sólo es cuestión de capacidades y de preparación, incluso de programa.
Como es natural, no hay un único camino. pero cualquiera es válido y voy a intentar ser claro. Lo ideal sería que alguien nos abriera la primera puerta, que llamara por nosotros. Y quién mejor que nuestro profesor, esa persona que nos quiere, es concertista en activo, está bien relacionado y está dispuesto a lanzarnos a... la Cochinchina (otra vez; también vale Pernambuco). Parece que no, que esta vía no es la idónea pues entran intereses en conflicto. Además, nunca (o casi) nos va a ver como un verdadero concertista pues lleva años sacándonos defectos, siempre por nuestro bien, está claro, pero va a seguir de por vida intentando corregirnos.
Hagamos entonces un pequeño estudio sobre nuestro círculo más cercano. ¿Qué sociedades musicales hay en nuestra ciudad? ¡Mira qué bien!, existe una asociación local de Juventudes Musicales. Seguro que conocemos a su presidente o a los vocales ya que, como somos músicos y nos gusta la música, solemos acudir asiduamente a todo lo que organizan. Pues, en uno de esos días que todo el mundo está contento con lo que acaba de oír y la euforia musical se contagia, nos colocamos nuestra mejor sonrisa, nos plantamos delante del susodicho, lo miramos fijamente sin asustarlo y, con pleno dominio de la telepatía, colocamos en su boca la frase que no nos atrevemos a pronunciar: ¡a ver cuándo nos deleitas con tu presencia, que ya va siendo hora! Es el momento de mantener el tipo. He visto cómo compañeros míos, perfectamente preparados, se echaban las manos a la cabeza como si les estuvieran pidiendo que se inmolaran en la plaza pública. Siempre hay que decir que sí. E intentar concretar en algo esa oferta espontánea con, por ejemplo, mañana mismo te hago llegar mi curriculum y un programa, o dos, para que elijas, que tengo preparada esa obra de Mompou (un poner) que tanto te gusta. Y se lo entregamos en mano para fijar una fecha, lo más cercana posible aunque nos tiemble hasta el abrigo que colgamos en la percha al entrar. Casi con toda seguridad el caché se va a solucionar rápidamente: o tienen una pequeña cantidad estipulada o, como eres muy joven, estás empezando y te viene muy bien para darte a conocer y rodarte, podrás llevarte a casa un taquito de programas de imprenta, además de la invitación a unas tapitas.
Ya tenemos fecha y programa (muy lucido y espectacular, que somos jóvenes y audaces). Para un par de semanas antes hemos tenido la precaución de confeccionar una lista con personas a las que invitar, bien directamente o a través de la propia asociación, incluyendo, cómo no, a la crítica. Esta última se la dejamos al presidente que será quien conozca a ese melómano encargado de la crónica posterior en la que, con toda su benevolencia, sacará lo mejor de nosotros. No lo olvidemos, estamos empezando y la energía que se transmite, la ilusión y las ganas suelen ser muy bien vistas. Y ya tenemos nuestro primer concierto, nuestra primera crítica publicada, nuestras fotos, las enésimas lágrimas de la abuela, las felicitaciones de nuestros compañeros (¿llegamos a invitarlos?), las correcciones de nuestro profesor (¿tiene que ser ahora y delante de todos?) y, lo más importante, el compromiso del presidente de hablar de ti en la próxima reunión regional para que puedas ampliar el radio de actuación y sus consejos acerca de tu prometedor futuro, incluyendo información sobre direcciones, teléfonos y concursos cuya proyección te pueda interesar, en los que, casualmente, puede que esté de jurado.

Ésta es una primera y muy asequible manera de comenzar. Como todos los artistas, tenemos que coger tablas, experiencia, soltura. Esto es como aprender a andar, al principio algo vacilantes y, después, un pie delante y ahora el otro..., otra vez..., y otra, hasta que, sin darnos cuenta ni casi recordar cómo, tengamos un pequeño bagaje con el que seguir llamando a otras puertas. Joaquín Achúcarro me definió la carrera como una larga escalera en la que convenía subir cada peldaño de uno en uno, afianzando bien. Nada de grandes saltos, que nos caemos. Poco a poco y firmemente. Así, nada ni nadie nos podrá derribar.
Continuará...

miércoles, 11 de abril de 2012

Música de cámara

Para abrir boca, este comienzo de la Sonata nº 1 op. 78, para violín y piano, de Johannes Brahms. Al quinto acorde del piano ya estoy sobrecogido, o en el minuto 1' 29''. Y, como tantas veces, esta obra llegó a mí sin esperarla, a través de una amiga que organizaba un concierto y buscaba pianista para una violinista.
¿Cómo era posible no haberla tocado antes? Os reiréis si os cuento que en la asignatura de música de cámara más de la mitad del repertorio que hice fue a cuatro manos o a dos pianos, tal era la escasez de instrumentistas variados en el conservatorio. Recuerdo que pude tocar la Sonata de Paul Hindemith de trompeta gracias al interés de un músico americano de la base naval de Rota. Creo que hoy esto no sucede. Hay mucho, bueno y variado.
Pero no debemos confiarnos. Ahora que hay para elegir veo que se sigue tomando esta modalidad como un complemento al instrumento principal, lo que lleva a tener las obras más o menos, es decir, yendo juntos, entrando a la vez y haciendo un par reguladores. Y, demasiado frecuentemente, utilizando el tiempo de la clase para estudiar. Bonita manera de desperdiciar la oportunidad de disfrutar. Los pianistas siempre estamos solos y nos viene muy bien relacionarnos con violinistas, chelistas, flautistas, clarinetistas, etc... Además de en lo personal vamos a crecer musicalmente, no sólo por ver cómo otros entienden la obra en cuestión, sino porque vamos a poder conocer de primera mano, o sea, tocando, mucha música que nos suele pasar rozando. Y esto es importante, no es lo mismo oír que tocar. Tengo mi propia opinión sobre un buen número de obras y compositores con los que lo paso mejor como intérprete que como espectador. El deleite de las preguntas-respuestas no tiene parangón, las preparaciones a una entrada como si fuese una faena taurina, la preocupación por servir de apoyo y sostén a la línea melódica...
Pero, ¿qué nos pasa? Tenemos que estudiar, siempre la misma historia. Podemos pasar seis horas machacando los Estudios de Chopin (que, dicho sea de paso, ¿para qué?) y ni siquiera una con alguna de las tantas sonatas, tríos, cuartetos con piano o quintetos que podrían abrirnos el estrecho horizonte del solista. Y, casi siempre, con menos esfuerzo que, por ejemplo, Rondeña de Albéniz, bastante asequible (aprendamos un poco de Esteban Sánchez).
Tenemos que asumir desde el principio la importancia de la música de cámara. Cuanto más tiempo le dediquemos menos problemas y mayor seguridad tendremos a la hora de dar un concierto. Ahora bien, hay que intentar seguir el consejo que me dio en su día el violinista Pedro León cuando me habló de la necesidad de elegir muy bien con quién íbamos a compartir nuestro buen hacer. Hay que buscar que el compañero esté, como poco, a nuestra altura, si no será perder el tiempo (no siempre se puede).
A efectos prácticos conviene saber que estamos aumentando las posibilidades de dar conciertos. Son más gestiones hechas y más atractivo para los organizadores. Es verdad que el caché individual disminuirá, pues hay que dividir, pero se compensa con el aumento del número, que es lo que cuenta, estar activos, tocando y moviéndonos. Si confiamos el uno en el otro es seguro que triunfaremos.
Actualmente estoy disfrutando mucho al tocar con mi hija Beatriz, violonchelista, un buen número de obras en las que el piano tiene un papel importante y no sólo de acompañante (pensemos en Beethoven o Brahms). Y me persigue con la Sonata de Rachmaninoff, que cada vez está más cerca (aunque sea por el tercer movimiento en el minuto 20' 13''). Se la escuché en directo a la propia Natalia Gutman con Elisso Wirssaladze y..., qué manera de llorar..., cuánta emoción... 

domingo, 8 de abril de 2012

Rafael Orozco

De verdad sentí mucho su muerte. Me pareció algo injusto. Sólo tenía cincuenta años. Y desde entonces entendí claramente cómo somos los españoles. Todas esas virtudes que nos achacan del tipo envidia y celos las sufrió tanto que ni siquiera quiso morir en España. Con su cuerpo aún caliente me ofrecieron de parte de la familia el piano de media cola Steinway que tenía en Córdoba (o en Madrid, no estoy seguro), eso sí, por la módica cantidad de cuatro millones del año 1996. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, que se ha dicho toda la vida. Al poco me llevé una fuerte impresión cuando coincidimos en el mismo cartel de un ciclo y él ya no había tocado.
En fin, quizás tendría que haber empezado más amablemente, pero me estoy conteniendo. A pesar de que se decía de él que era frío y mecánico dio muestras sobradas de no serlo en absoluto (de Pollini todavía dicen lo mismo sus íntimos enemigos). Ahora mismo tengo de fondo los Estudios op. 10 de Chopin, que grabó con veinticinco añitos en una época que no sé yo si habría algún pianista más que los tocara. Si seguís 'youtubeando' encontraréis el 3º de Rachmaninoff en vídeo troceado: no me parece a mí ni frío ni distante. Si es que no hay como ser español para que te den hasta en el cielo de la boca y a la vez unas palmaditas en la espalda con la mejor de las sonrisas. Los comentarios que tuve que oír a la vez que se celebraron homenajes en todos los conservatorios, ¡cuánta hipocresía!
Una buena amiga me pasó hace tiempo la grabación de la Fantasía, op. 17 de Schumann y la tengo en cinta de cassette. A día de hoy aún me emociona y me hace llorar y creo que no he escuchado nada parecido en las decenas de versiones que circulan por ahí. Esta obra no admite dudas, al menos para mí, y sirve perfectamente para juzgar si el pianista es músico. Qué pena que no se pueda encontrar en cd. Lo que sí está fácil es su grabación de los conciertos de Rachmaninoff (todos) a los que también les pusieron pegas en Radio Clásica, esta vez al director y a la orquesta, lo que viene a ser lo mismo. El caso es criticar, es tan fácil.
Ahora estoy oyendo fragmentos de la Iberia: guardemos un respetuoso silencio. ¡Qué barbaridad! ¡Qué manera de entender la obra! No voy a ser yo quien le ponga una pega a Alicia de Larrocha, por siempre venerada, ni a Esteban Sánchez, Dios me libre. Pero lo de este hombre no tiene parangón. ¿La habéis escuchado bien? Yo tuve la inmensa suerte de verlo en directo en Cádiz la primera vez que la tocaba en público completa: fue impresionante, inolvidable. No he escuchado un Polo mejor en mi vida. ¿Os podéis creer que a la puerta del teatro había algún 'músico' criticando? Lo dicho, no tenemos arreglo. Cada vez parece menos sacrilegio encumbrar esta versión por encima de las demás (y tengo casi todas, que conste).
Al año siguiente, 1993, también se metió con la obra de Falla. No sé si estaba preparando su testamento o sencillamente decidió ignorar su enfermedad y seguir viviendo y trabajando al máximo. Según sus propias palabras quería comprometerse con la música española y dedicar más o menos la tercera parte de sus recitales a ella. No olvidemos que era cordobés y que su padre era compositor muy relacionado con el folklore y con el flamenco, lo que le permitió empaparse desde pequeño.
No sé si he logrado plasmar mi admiración por Rafael Orozco. Qué pena no poder seguir oyendo sus versiones en directo. Creo que era un auténtico músico, de una sinceridad inalcanzable, que se acercaba a cada compositor con el respeto que permite la humildad de los grandes. Y él lo era.
Buscad todas las grabaciones que podáis y veréis que supera mucho de lo que escuchamos.


Y un último pensamiento: ¿por qué para reconocer a un artista español (no digo ya andaluz) tiene que triunfar en el extranjero de donde, con toda seguridad, es mejor no volver?

domingo, 1 de abril de 2012

Un respiro

La Semana Santa de 1983 fue un poco intranquila para mí. Faltaba algo más de dos meses para mi examen fin de carrera, 10º que se llamaba antes. Os podéis imaginar el agobio. Además, no pude empezar el curso hasta el día 16 de noviembre del 82 pues pasé en Tenerife trece meses de vacaciones pagadas por el Ministerio de Defensa, la famosa mili. He de admitir que los primeros meses realmente los pasé sin dar ni golpe. Era la primera vez que me separaba tanto tiempo del piano y me propuse disfrutarlo. Pero claro, toda ascensión tiene su descenso y cuando empecé a sentir de verdad la pérdida de tiempo se me hizo más que larga. Cuando por fin regresé a Sevilla comencé con el ritmo que me permitió superar el curso en poco más de seis meses, algo que mi profesor no quería ni por el forro (con él había que estar dos años, al menos, en cada curso). Además tenía que superar otras siete asignaturas. Pero de ese año no pasaba, estaba harto de conservatorio. Más de lo mismo. También daba clases, tanto particulares como en un aula de extensión dependiente del conservatorio en un pueblo. En fin, que no tenía tiempo ni de rascarme.
Diseñé un plan de estudios perfecto con los objetivos a lograr cada semana, con una media diaria de siete horas de piano. Sólo un leve error: no calculé los efectos de no incluir la más mínima pausa. Era un ritmo intenso, es verdad, pero no lo sentía como tal, tenía muchas ganas, sobre todo, de acabar. La Navidad, los fines de semana y los días festivos sólo significaban más horas de estudio. El programa iba avanzando según lo estipulado. Si no fuese tan ingenuo (aún hoy) aseguraría que corrían apuestas sobre si lo conseguiría. De hecho estaba en el punto de mira de todos pues era el único que ese año iba a examen de 10º (siempre bromeo acerca de una orla académica figurada). (Por cierto, mientras escribo tengo de fondo el Clave bien temperado por Gustav Leonhardt y es una pasada). 
Mi vida transcurría del piano a las clases, las recibidas y las impartidas. Vivía en un Colegio Mayor en el que tenía algunos ratos de distensión a las tantas de la noche (el billar francés se me daba bastante bien y tenía pocos rivales en el ping-pong). Cuando llegó la Semana Santa, a finales de marzo, el director del Colegio ordenó que no quedara ningún alumno residente ya que tenían un encuentro de salesianos. ¿Cómo? ¿Qué? ¡Noooo! Nueve días sin tocar eran demasiados hasta para Volodos. Mi piano estaba allí y no tenía otra opción. Peligraba mi estrategia, así que puse en marcha la diplomacia. Dibujé mi mejor sonrisa (literalmente) y me planté en su despacho: don Guillermo, que si me examino dentro de nada, que no tengo otro piano en casa, que si la mili, que por favor... ¡NO!, fue su respuesta. Y añadió que estaba harto de tanto piano a todas horas. Lo entiendo si se refería a las Piezas op. 4 de Prokofiev, Sugestión Diabólica incluida, pero el resto era una maravilla (si hombre, ahora os voy a contar mi programa completo...). Tuve que dar un rodeo para atacar de nuevo a través del administrador, mucho más comprensivo. Al final, de mala gana, el director accedió.
Estaba solo y aislado, salvo un compañero médico que también tuvo que quedarse, con el que desayunaba y poco más. La presión era fuerte pues el grupo de sacerdotes había venido de retiro y las miradas las notaba como un poco afiladas. Y me aburría. Me aburría mucho. Sólo estaba machacando, casi enfebrecido. Llevaba cinco días encerrado y tampoco estaba rindiendo como esperaba por lo que decidí desconectar un poco. El miércoles salí con unos amigos a ver procesiones. Arranqué mi Seat 600, que en realidad era de mi madre, y me dirigí al centro. Aparqué frente al palacio de San Telmo. Me lo pasé bien, la verdad. Necesitaba un poco de aire y lo tuve..., hasta que quise volver e intenté encontrar el seíta donde lo había dejado. ¡Me lo habían robado! Ahí no pude más. Casi cuatro horas en comisaría para poner la denuncia, de madrugada. A la mañana siguiente me subí al tren y me fui a Jerez, a mi casa. Que le dieran morcillas a Sevilla, al piano y al Colegio Mayor. Tenía que descansar y sólo fui consciente de ello demasiado tarde. 
Entendí que cuanto más grande es el esfuerzo mejor hay que dosificar las fuerzas y hay que incluir pequeños descansos. Llega un momento en el que, para seguir lúcidos, hay que parar. De nada sirven los atracones mecánicos si la cabeza no está a nuestro lado (mejor encima de los hombros, si no sería un poco raro). Así el tiempo del que disponemos cundirá realmente y sacaremos partido a nuestras capacidades.
Por lo tanto, sin ser drásticos, vamos a tomarnos unos días de respiro, que, como ya he dicho en otras entradas, hay vida fuera del piano.