miércoles, 28 de noviembre de 2012

Voy a clase

Estoy leyendo la biografía de María Callas que escribió Arianna Stassinopoulos. He decidido hacerlo con un lápiz ya que estoy encontrando pasajes muy jugosos y que, más que comentar, prefiero transcribir. No tienen desperdicio y hablan por sí solos (éste es el ingreso de María en el principal conservatorio de Atenas, el Odeon Athenon, para estudiar canto con la reconocida soprano española Elvira de Hidalgo).

"Elvira de Hidalgo habría de ser el primer Pigmalión en la vida de María. Desde el momento en que llegó María para su clase de las diez, Elvira de Hidalgo inició el largo, duro y a menudo doloroso proceso que consistía en liberar toda clase de cualidades en su alumna, en descubrir todas las capacidades notables que estaban encerradas en María, no sólo los dones musicales obvios sino la inteligencia, la pasión, la fuerza de voluntad y la audacia que habrían de constituir su singularidad. En cuanto a María, bajo la dirección de Elvira se sorprendía constantemente a sí misma. Descubrió músculos musicales y fuerzas musicales que ignoraba tener, y los hizo trabajar. Hasta la llegada de Elvira de Hidalgo a su vida, la extensión de su voz era tan estrecha que muchos maestros del Conservatorio estaban convencidos de que no era soprano sino mezzo. Ahora comenzó a desarrollar sus notas altas y a descubrir sus bajas de pecho. Era absorbente y, en ocasiones, vivificante. 'Yo era como un atleta -contó años después- que disfruta utilizando y desarrollando sus músculos, como el muchachito que corre y salta, disfrutando y creciendo a la vez, como la niña que baila gozando de la danza por sí misma y aprendiendo a bailar al mismo tiempo'.
María llegaba al Conservatorio a las diez de la mañana y, excepto una breve pausa para comer, trabajaba con Elvira hasta las ocho de la noche. 'Habría sido inconcebible permanecer en casa -dijo-. No habría sabido qué hacer allí'. Pero no sólo era que no habría sabido qué hacer allí. Si el hogar es el lugar donde está el amor, entonces el 'hogar' nunca había sido el hogar para María. Había sido 'allí', y su estrecha relación con Elvira de Hidalgo le facilitó el mantenerse alejada de 'allí' durante los periodos cada día más prolongados. (...) Elvira despertó en ella la comprensión de la grandeza y el esplendor de su arte. También dio al patito feo la primera visión del cisne en que habría de transformarse. E hizo algo más: cerró el abismo entre la visión y la realidad, no sólo con su enseñanza sino con su comprensión, sus alientos y su amor".

¿Es posible todavía establecer esta relación entre un profesor y un alumno? ¿Hay tiempo? ¿Hay ganas? Puede parecer exagerado, pero lo que sí tengo claro es la obligación inherente al profesor de saber sacar las cualidades ocultas de cualquier alumno e infundirle pasión y audacia. A menudo un alumno no deja de cuestionarse el porqué y el para qué de tanto esfuerzo y dedicación, y sólo la persona que le ha precedido y lo tiene bajo su tutela puede responderle y convencerle.

domingo, 25 de noviembre de 2012

No es lo mismo

Durante muchos años no he dejado de pensar en que, a pesar de todos los pesares (en sentido literal), la etapa final del conservatorio no acaba de prepararnos para lo que nos vamos a encontrar una vez salgamos a explorar la jungla (también en sentido literal).
Aunque siempre con matices, dependiendo de los profesores, lo habitual es seleccionar un programa variado en estilo para trabajarlo durante el curso académico: un puñado de estudios, una obra barroca, una sonata clásica, algo romántico, una pieza a elegir entre todos los 'ismos' del siglo XX y un concierto para piano y orquesta. ¡Qué largo!, o..., ¡qué corto! Todo es relativo, os lo puedo asegurar.
Lo que quiero comentar es cómo disponemos de mucho tiempo para hacernos con un número concreto de obras. El curso viene a durar unos ocho meses, de octubre a mayo, si acaso algo de junio (es un poco desperdicio cuatro meses en blanco que cada uno debe rellenar a su albedrío). Además, el número de clases se reduce con vacaciones intermedias, puentes, festivos y enfermedades, reales o imaginarias, que de todo hay.
Es verdad, añadamos en la coctelera el elevado número de asignaturas complementarias y presenciales que nos 'roban' esas preciosas horas que pasaríamos torturando a vecinos y familiares. Así que, sin saber muy bien cómo, siempre vamos asfixiados y con un estrés más propio de un agente de bolsa neoyorquino.
Bueno, pues a pesar de que el grado superior parece pensado para una reducida élite, me parece un paseo con lo que viene después. Y ahora que recuerdo el pasado, el concertismo me parece un paseo comparado con aquellos años. ¿En qué quedamos? ¿Qué es mejor? ¿Qué es peor?
Creo que, como todo, es algo mental y, también, una cuestión de perspectiva.
Los años de estudio van inevitablemente ligados a la repetición, al machaqueo, sobre todo por falta de entendimiento: hay que entender la obra, el estilo y el autor, y entender el sistema o el método de estudio. Todo es nuevo y por eso nos entra la sensación de que no vamos a poder, de que no es lo nuestro, de que es mejor abandonar. ¡Ojo!, ocurre en todas las carreras y profesiones, que siempre pensamos que somos únicos. Pero tienen como ventaja que, con sus inconvenientes, tenemos dedicación exclusiva y nos cunde, y montamos obras con una solidez que va a durar toda la vida gracias a tantos meses de insistencia. Además somos jóvenes, ilusos, estamos llenos de energía y la cabeza está centrada en una labor concreta.
¿Por qué somos tan inseguros cuando realmente deberíamos ir sobrados al examen o a la audición? La cabeza... Esa bola que parece que se rellena por sorteo, al azar, con la que tenemos que conformarnos. El profesor... Esa ¿bola? que parece que nos toca por sorteo, al azar, con el que tenemos que conformarnos. Si logramos que las dos 'bolas' caminen con ánimo hacia el mismo objetivo, entonces sí podremos hablar de un verdadero y placentero paseo.
Recordemos que un estudiante (casi) siempre tiene la intendencia cubierta. No es poco. Supone tiempo y energía. Por contra, un profesional tiene toda su vida para él, pero para gestionarla tiene que ordenar el horario y ahí es donde empieza a echarse de menos la libertad inconsciente. Comienzan a entremezclarse las obligaciones haciendo que los días corran de dos en dos. Ahora sí que es complicado seguir montando programas completos con el sistema recién abandonado. Es necesario cambiar el chip pues debemos optimizar las horas de estudio. Hay que mantener repertorio, incorporar obras nuevas, interpretar varios programas simultáneamente... ¿Quién me manda a mí meterme en este jaleo?
Mi compañera de viaje es quien mejor me ha hecho comprender que el uso de la cabeza lo es todo. Ahí está la clave y la solución. Cada etapa es distinta de la anterior, y en vez de quejarnos tenemos que sacar lo positivo y aprender de verdad. Afortunadamente, nada va a ser igual, nada va a ser lo mismo.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Antes de tiempo

Siempre me pasa lo mismo: tengo que tener listo el programa de concierto para una fecha concreta y nunca apuro hasta el final, necesito una antelación prudente que me dé seguridad. Así, puede ocurrir que unas dos semanas antes lo tenga a punto de caramelo. ¿Qué pasa a partir de entonces? Pues lo normal, que me canso, que me aburro, que necesito mantener el nivel demasiado tiempo, un extra que llega a ser, si no agotador, sí innecesario.
Pero, ¿qué hago? ¿Cómo se calcula que las obras estén listas para el recital justo dos días antes, ni uno más ni uno menos? Creo que no es posible. Me gusta recordar que tenemos mucha más capacidad de trabajo, de concentración y de obtener resultados positivos de la que nos creemos o de la que nos han hecho creer. Por eso, cuando arranco con un objetivo a vista, suelo lograrlo siempre antes de lo previsto.

Justo estaba en esta situación este lunes pasado. Tenía que seguir manteniendo lo que ya estaba harto de machacar y, claro, los años te van diciendo que ya está bien de hacer el indio. Por mi cerebro (alucinaríais con su funcionamiento) circulaba a toda velocidad, a punto de provocar un accidente, una frase lejana que me recordaba que no se puede dejar de estudiar, de tocar, pero sí se puede cambiar de obra. Es decir, si sigo sentado al piano con otro repertorio, no necesariamente para el concierto, pero que me estimule, que me haga disfrutar y haga que los dedos continúen su gimnasia necesaria, no me perjudicará en absoluto. Al contrario, hará que esté más tiempo tocando que si el hastío me llegara a cubrir de pies a cabeza.
Y eso hice: abrí el segundo tomo de las Sonatas de Beethoven y comencé a leer y a releer. Como si nada (el estar en dedos es lo que tiene) fueron cayendo la 21, la 27, la 28 y la 30. Con sus fallos y roces por las telarañas, pero eché una tarde 'enmimismado' gracias a estas obras inconmensurables. La otra alternativa era no tocar y vaguear cerca del instrumento por aquello del remordimiento. Tengo que reconocer también que intenté echar el rato con Schubert y Chopin pero no estaba yo para ellos. Beethoven nunca falla pues si no es una será otra la sonata que nos atrape.
Me temo que nunca conseguiré calcular el día y la hora exacta en la que tendré listo un 'encargo', pero si, como siempre me ocurre, llego antes de tiempo, sé que no importa, que eso es bueno porque la cabeza no para de trabajar, pero también sé que no debo dejar que la pereza que causa la repetición me haga bajar el listón alcanzado. Para eso sirve ese montón de partituras que siempre están sobre el piano, para esos momentos en que nos apetece más romper la rutina que obedecer a la obligación.
Y eso también es ser pianista, disfrutar con tantas y tantas obras que nunca vemos el momento de incorporarlas a nuestro repertorio aunque lo estemos deseando.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Deportistas

Hace dos días hablé con un antiguo amigo, pianista y profesor de conservatorio (debería decir director, que lo hace muy bien). Le comenté que llevaba todo este año escribiendo en el blog y le resumí el motivo que me empujó a hacerlo: la incapacidad de la mayoría de tan siquiera plantearse dar conciertos después de tantos años de estudio. Me reconoció que ahora había gente muy buena, muy bien preparada, a la vez que justificó la realidad desde un punto de vista que yo ya había contemplado pero que no me llega a convencer. Me explico.
La carrera de pianista puede ser comparada con la de un deportista en el sentido de la exigencia del más alto nivel. Hasta aquí, de acuerdo. La vida eficiente de un deportista no es demasiado larga ya que el organismo se va desgastando y, queramos o no, los años pesan, más si hablamos de la primera línea. Y, en conclusión, lo normal es que decidamos acomodarnos sin tardar porque el esfuerzo que supone mantenerse no es que no compense sino que puede resultar insuperable. Por lo tanto...
La conversación no siguió por ahí así que no me puse muy pesado, eso lo dejo para ahora. A ver, que yo me entere. En primer lugar, un matiz: no estamos hablando de Kissin, Argerich o Arrau. que los dioses del Olimpo juegan en otra liga. Nosotros, los mortales, es verdad que necesitamos de mucho esfuerzo, de muchas horas y de muchos años para lograr un resultado decente, pero con los años, con la edad, si hemos sido constantes y tenemos una buena técnica, no necesitamos seguir echando entre seis y ocho horas diarias. Se puede ir reduciendo porque la facilidad de lectura, la espontaneidad con la que se resuelven ciertos problemas, la capacidad de comprensión de una obra y tantos otros aspectos van a permitirnos una mayor eficiencia en el trabajo. Entonces, ya dejamos de asimilarnos a los deportistas. Nosotros podemos rendir a muy alto nivel a pesar del paso del tiempo.
Me temo que esta explicación de por qué de tantos sólo unos pocos deciden dar conciertos no es la más adecuada. Estoy convencido de que los factores psicológicos pesan mucho más a la hora de creernos capaces de pisar un escenario. Y de esto va el blog y de eso es lo que no me cansaré de escribir. Si durante los quince años (redondeando) que somos estudiantes nos inyectaran vitalidad, seguridad, ánimo, carácter, diversión, optimismo, seguridad (nunca es suficiente) y tantas otras cualidades necesarias para ¿la vida?, estoy seguro que esta conversación habría sido muy distinta.
Una última diferencia: los deportistas se pasan su 'corta' carrera compitiendo, es decir, activos, practicando su especialidad. Los pianistas podemos hacerlo, con el mismo esfuerzo, pero sin salir de casa o del aula. Y ésa sí es una diferencia que nos deja a los pianistas en clara desventaja.

domingo, 11 de noviembre de 2012

En mi casa

Cuando montamos una obra nueva o tenemos a vista un recital en solitario, solemos tener una especie de inseguridad por la que se nos hace imprescindible que alguien, desde fuera, nos dé su visto bueno, su aprobación. Imagino que es una deformación que emana de tantos años de tutelaje en el conservatorio.
Conozco a muchos pianistas que, ante una fecha en su agenda, no dudan en reunir a un grupo de amigos para que lo escuchen en su casa, a modo de concierto privado, un previo al de verdad ante el público. En principio, puede ser una buena idea, ya que hasta que no tocamos en circunstancias 'extremas', la tranquilidad de nuestro estudio puede ser engañosa. Así que, me coloco delante unas cuantas orejas para que juzguen mi trabajo y, de paso, meto en mi cuerpo un poco de tensión similar a la que tendré dentro de unos días en el escenario.
Pero, ¿quién nos va a escuchar y a juzgar? ¿La portera del edificio, tres transeúntes anónimos y dos matrimonios que salían a tomar café? Pues no, claro que no. Vamos a llamar a antiguos compañeros, todos pianistas (al menos sobre el papel), que podrán aportar algún acompañante casual. En realidad, estamos reproduciendo una escena conocida, familiar: una clase en el conservatorio, una clase colectiva.
Para los que no han tenido esa experiencia, no es igual dar clases en solitario con tu profesor que rodeado de alumnos. No tocas sólo para una persona que va por delante en conocimientos y que, si todo es normal, te va a ayudar a superar todas las dificultades, sino ante compañeros, con los que puedes llevarte más o menos bien, y con los que mezclas, además de intereses académicos, intereses personales. Además, también actúan como un jurado que se añade a la figura del juez, por hacer un símil gráfico.
En un estado ideal de cosas, diez ojos ven más que dos y diez orejas oyen más que dos. Pero, ¿nos hemos puesto de acuerdo en qué hay que ver y oír? ¿Tendremos la capacidad de admitir comentarios y sugerencias de iguales? ¿Tendrán la capacidad de realizar comentarios y sugerencias con objetividad?
Cuando salí por la puerta del conservatorio, durante unos meses quise prolongar el vínculo. Me di cuenta de que ya no era lo mismo. Una cosa es consultar puntualmente una duda y otra bien distinta es seguir unido al buque nodriza por los siglos de los siglos. Así que decidí estudiar todo el nuevo repertorio por mi cuenta, convertirme en mi máximo y exigente juez, y presentar el programa, tras un estudio agotador, directamente en las salas. El rodaje en directo era real. Por supuesto que cuanto más se toca una obra mejor nos hacemos con ella, pero tenemos capacidad para hacerlos solos después de tantísimos años dando vueltas a lo mismo. Al menos, así deberían educarnos, en la seguridad de que seremos capaces de abordar cualquier partitura con rigurosidad y acierto.
Del miedo, del temor a no acertar, de ese enemigo conocido y constante, sólo vamos a sacar verdades a medias. Nunca llegaremos a conocernos realmente a nosotros mismos mientras no soltemos amarras y, en solitario, notemos de lo que somos capaces que, como no me cansaré de repetir, siempre es mucho más de lo que el entorno nos hace creer. Tocamos mejor de lo que pensamos. Todos.
Por eso huí de esas audiciones privadas para preparar un concierto, porque no tenía nada claro que fueran a ayudarme sino todo lo contrario, que pudieran alimentar a esos fantasmas con los que convivimos y casi siempre tenemos controlados. 
Y, además, en mi casa.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Momentos musicales

Aunque llevaba años oyéndolos y observando a algún compañero trabajarlos en clase, una fuerza interior fue la que me exigió meterle mano de una vez por todas y me tuvo todo un mes volcado, con la osadía además de una fecha de estreno fijada en la agenda. Me refiero a los Momentos Musicales de Rachmaninoff. ¡Qué obra!
Sólo me ha dado alegrías. Desde su estudio hasta cualquiera de las veces que las he interpretado. Nunca me canso. Es más, los uso como gimnasia cuando tengo que tocar otras obras menos exigentes.
La versión que he marcado es la de Lazar Berman. Este hombre siempre me ha conmovido por su manera de entender el piano y la música que de él ha sido capaz de sacar. Con dedos de sobra para ser un típico malabarista, eligió estar más cerca de la poesía, de la melodía clara, de los acompañamientos medidos. Fue otro de los pianistas soviéticos cuya aparición en occidente causó una auténtica revolución.
Tengo su colección de los Años de Peregrinaje de Liszt y creo que no he oído otra cosa igual en mi vida. O la misma Sonata del propio Liszt. Todos los medios técnicos puestos al servicio de la música. Nada del engreimiento de esos pianistas de fuegos artificiales. Y tantas otras obras en magníficas grabaciones, desde Schubert a Scriabin. Uno de los grandes.
Conozco otras versiones de los Momentos Musicales, y algunas flaquean desde mi punto de vista. No creo que este Rachmaninoff sea un escaparate de virtuosismo, más bien todo lo contrario, es una prueba musical (como queda claro con su título).
Por ejemplo, la grabación de Idil Biret para Naxos no es que me deje indiferente, sino que, incluso, me indigna. Es como si la hubiera leído deprisa y corriendo y nada más. Por el contrario, Horowitz, que no tiene nada que ver con Berman, me pone los vellos de punta con su versión del nº 3. Y no sé cómo calificar a Nikolai Lugansky, a quien he oído en directo y es capaz de darlas todas sin una gota de sudor y, quizás por esa misma razón, no decirme nada.
Pero si mi sorpresa llegó a un punto culminante fue al descubrir la grabación que Ashkenazy realizó para Decca en 2005. Toda la vida oyendo sus Preludios y Estudios, sus Conciertos, para que ahora haya dejado constancia de esta obra, con su habitual nivel, pero con un planteamiento que se queda corto, a mi modo de entender. No me gusta que mis ídolos, pocos, bajen el listón de exigencia. Desde su posición están obligados a ser ejemplares.
Por eso me apacigua oír a Lazar Berman, por su humildad, por su verdadera fuerza camuflada de timidez, por haber entendido los Momentos Musicales como una obra de arte a la que hay que mimar y respetar; una obra colosal que, una vez domesticada, deja ver un mundo rico en imaginación y pianismo; una sucesión de seis piezas muy distintas entre sí cuyo reto sólo puede causar satisfacción.
Así que, cuando tengáis un ratito, y si no lo habéis hecho ya, echadle un vistazo. Merece el esfuerzo.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Fama

Me llegó hace dos días un video por el canal de Youtube Pianotreasures, que no para de subir audios y videos interesantes, por antiguos y desconocidos, de una pianista brasileña llamada Yara Bernette, de la que desconocía absolutamente todo. Es el audio de veinte Preludios de Rachmaninoff en la, por lo visto, primera grabación que se hizo de dichas obras (casi) completas.
Continuamente me encuentro con pianistas de cualquier nacionalidad, de un nivel altísimo, de los que oigo su nombre por primera vez. Me parece asombroso ya que estamos acostumbrados a mencionar a las grandes estrellas que, sin restarles mérito, lo son en buena parte gracias al respaldo de sus casas discográficas. Esto es lo que tiene el mercado, el marketing. Siempre son los mismos, desde hace muchos años ya, los que nos sirven de referencia, los que creemos únicos. Y, sin embargo, hay miles y miles de artistas que dedicaron su vida al piano y nunca tendremos noticias de ellos.
Muchas veces oímos decir que tal pianista es muy bueno pero que ni comparación con aquel otro de menor fama. Es como si sólo dicha fama fuera el baremo de la calidad. Recuerdo cuando Emil Gilels salió de la URSS y lo alababan como a un dios, cómo a él no se le caía el nombre de Sviatoslav Richter de la boca, quien aún no había traspasado las fronteras soviéticas. Pero también para eso hay que ser muy generoso.
Todo esto me lleva a pensar que uno de los factores que nos suelen llevar al decaimiento es justamente pensar que no vamos a llegar a ser mundialmente conocidos. Estoy convencido de que cada uno tiene su corazoncito en el que caben muchas ilusiones, pero también sé que un buen porcentaje eligió llevar una vida en segunda fila, por decirlo de alguna manera.
Tocar el piano tiene una buena dosis de disfrute personal, para uno mismo. Lo de tocar para los demás es un paso más, la consecuencia natural. Tampoco sería muy normal que nos pasásemos la vida estudiando sólo para nosotros sin que compartiéramos con nadie el resultado. Creo que es todo más sencillo, al menos debería serlo. Pero esta suma de actuaciones, de recitales, debe comenzar pronto, sin esperar a no se sabe cuándo, como si nunca fuera suficiente la preparación. Tocar no es sólo dar las notas, hay más cosas que aprender encima de un escenario y, por eso insisto, cuanto antes mejor. Si no, estamos condenados al 'yo no valgo'. No sé bien cuál es el momento, cada uno tendrá el suyo, pero estoy convencido de que si dilatamos el bautismo de fuego, igual se nos pasa tontamente la ocasión y entraremos en un punto de no retorno, con las consecuencias que vemos por todos lados: magníficos pianistas incapaces de poner un dedo delante del público.
El no tener fama no es importante. Nos conoce mucha más gente de la que pensamos. Siempre hay críticos, músicos, aficionados, colegas que nos leen en revistas especializadas y periódicos, o, simplemente, asisten a nuestros conciertos. Muchas veces me he quedado con la boca abierta ante un comentario de alguien a quien respetaba que me había escuchado en tal o cual sala y recordaba mejor que yo lo que había tocado y cómo lo había hecho.
Que cada uno decida y apueste por lo que quiera conseguir, pero no pensemos que hay una sola meta. Hay tantas como personas, como pianistas (que también somos personas). Así lograremos dedicar nuestra vida a lo que nos gusta sin sentir que el no ser Pollini, Brendel o Rubinstein es un fracaso. Como si para dedicarse a la pintura hubiera que ser Picasso o Velázquez.