miércoles, 6 de febrero de 2013

Concentración

La única manera que conozco de tocar aceptablemente es concentrado. Naturalmente, ante el público o estudiando en casa, que hacer el ganso es mucho más fácil.
Si toco solo, necesito centrarme en lo que voy a tocar. Me meto en la obra, respiro hondo, imagino el tempo y la sonoridad que busco, y al ataque. Por muchas horas que lleve como respaldo es como si fuese una primera vez. Eso sí, en cuanto las manos se posan sobre las teclas vuelve la confianza y sé que todo va a salir bien. Aprendí muy desde el principio que un roce de notas no tiene por qué dar al traste con una obra. Si oís cualquier grabación en directo de cualquier pianista, es prácticamente imposible la perfección, así que, vamos a relajarnos por ese lado. Es muy corriente que nos obsesionemos con un pasaje especialmente peliagudo y nuestra atención se fije exclusivamente en ese punto desde el principio y hasta el final. El día que decidimos que una obra al completo es mucho más importante que uno o dos compases todo va mejor. Y hasta nos saldrán limpiamente sin dificultad, que para eso los hemos machacado obsesivamente.
Son demasiados los elementos que pueden hacernos perder la concentración: los ruidos del público y los que se cuelan de fuera de la sala, un piano en condiciones pésimas, una calefacción excesiva o un frío glacial, la memoria o el temor a que nos falle, las sombras sobre el teclado de unos focos mal colocados, el chirriar continuo de una banqueta desencolada, un pedal que se atasca o de un recorrido anormal, un sonido excesivamente metálico de las cuerdas, una sequedad sonora absoluta, unos pájaros revoloteando por el techo, una lámpara que se cae... ¿Sigo?
Son elementos externos que, si logramos una buena concentración, no afectarán para nada el discurrir del concierto. Si, por el contrario, estamos atentos a la mínima oscilación del aire, será imposible que no acabemos perdiendo el control. Así que, ya puede caerse el teatro, que nosotros a lo nuestro.
Si no estoy solo en el escenario, he comprobado que no puedo ni aislarme a mi conveniencia ni entregarme a la otra parte olvidando que estoy tocando. Necesito, más que aumentar, ampliar la concentración. Por un lado he de estar al servicio del otro solista, del grupo de cámara o de la orquesta, pero imprescindiblemente he de guardar casi el 50 por ciento a lo que tengo entre manos. Si no equilibro el grado de atención puede que en un momento disminuya el resultado (de sobresaliente a notable alto, que no hay que exagerar).
¿Cómo se logra esto? Pues no tengo una respuesta mágica pero sí sé que practicando mucho el desdoble mental y, sobre todo, siendo generoso hacia la otra parte. No podemos tocar en conjunto pensando sólo en nosotros mismos: obvio. Así que, poco a poco, iremos desarrollando unas capacidades para manejar varios pensamientos a la vez (esa cualidad tan poco elaborada por el género masculino). El oído estará atento a varios mensajes, los reflejos estarán prestos al más mínimo gesto y la cabeza estará preparada para capear los inconveniente que los hados nos tengan dispuestos.
Tanto en un caso como en el otro, no podemos olvidar que al final sólo tiene que salir música de nuestras manos. No podemos dar una imagen ansiosa o de temor y nuestros gestos han de reflejar la tranquilidad interior que sólo lograremos si, de verdad, estamos absolutamente concentrados.

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